Introduccion

Estimado lector:
En estas páginas encontrará algunos cuentos cortos y otros pequeños relatos. Espero que sean de su agrado.
DR.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Oda a...


¿Abstracción o realidad? ¿Dónde ubicarte si pareces la línea que las divide? ¿Cómo pensarte si no te veo? ¿Cómo tocarte si estás tan cerca? Sin ti caminaría perdido, sin rumbo, iría a tientas por los senderos pantanosos. Golpeándome. Trastabillándome.


Pero estás aquí, junto a mí. Equipo perfecto. Armonía plena como el contorno de dos piezas de un rompecabezas de dos piezas. Foto partida. Cóncavo y convexo. Estructura vestida por la noche. Tu cielo negro con fugaces nubes canosas te presentan como eres. Oscura pero suave. Toco, casi acariciando, uno de tus dos pilares que, sabios, se apoyan en mí. Ser oscuro de alma transparente. A veces creo ver tus huesos a través del sol. Tus fracturas. Tus zonas oscuras. Todos las tenemos. Marcas tu territorio cuando pienso en mirar hacia otro lado. Haces notar tu ausencia.


Porque es verdad, juntos hemos tropezado. Conseguimos nuestras propias cicatrices con orgullo. Esas cicatrices que reparte como naipes el juego de la vida. Seguimos vivos y creyendo que estamos ganando.





miércoles, 22 de diciembre de 2010

Clásico


         -”Yo no vi cómo fue el accidente oficial. Estaba de espaldas” -respondí.
         Mi boca no se mueve pero mi mente es un hervidero de palabras. Me quedo callado y rememoro.
Desde que tengo memoria soy hincha de River Plate. Siempre me sentí cercano a la filosofía del buen juego antes que el resultado, pero no le resto importancia al mismo.
          Conocí a Anibal hace diez años. Yo recién entraba a trabajar como empleado en la municipalidad. En ese mismo momento me di cuenta que ese hombre iba a terminar mal. Cuestión de piel. Su personalidad era conflictiva. Ya su corbata azul con pintitas amarillas delataba su férrea pasión bostera. Su camisa, excesivamente lavada, de color blanco amarillento pedía a gritos la jubilación y se quejaba por las manchas persistentes de mostaza sobre el pecho. Ademas, su panza, exhibía su ombligo por el espacio entre los botones, que, por sus acelerados movimientos, parecían capaces de generar un nuevo big-bang. Era desagradable en todos los aspectos. El único inconveniente es que era mi jefe.
El tipo obtuvo su puesto por antigüedad y resistencia, ya que tiene nula capacidad resolutiva, cero propuestas para optimizar el rendimiento del trabajo ni ganas de intentar nada. Era de la mala escuela de municipales. Cuando el reloj de personal marcaba las 15, él estaba presto a pasar la tarjeta.
          En cambio yo aceptaba todas las horas extras que se ofrecían. No es que me guste este trabajo. De hecho lo aborrezco. Pero me da la seguridad para subsistir. De 7 a 15, trabajo y el resto del día, vivo.
          El trabajo no es más que data entry. Dos palabras que pretenden tener mayor valor por el solo hecho de estar presentadas en ingles. Ingreso datos. Ingreso datos alfanuméricos, para ser precisos, en una de las ocho antiguas terminales IBM AS/400. A través de una escalera que rechina por el trabajo persistente de las termitas se accede al entre piso en el que trabajo. Tiene ocho boxes en línea y un pasillo del lado de la baranda. El quinto es el mío. Todos los días en mi cubículo de un metro cuadrado ingreso el número de expediente catastral que se digitalizará para facilitar el acceso de sus datos a todo contribuyente a través de Internet. Por lo menos así reza el eslogan estatal. Número de expediente, nombre del contribuyente, fecha de ingreso, observaciones y luego la tecla “ENTER”. Al comienzo ingresaba 70 expedientes por hora hasta que recibí un mensaje intimidatorio de alguno de los otros a través de la computadora. Entonces, bajé mi producción a la mitad y aun superaba por amplio margen el promedio de los demás. No eran competencia, de hecho la mayoría trabajaba a desgano. No los culpo. Seguro poseían otros talentos que no afloraban frente a la computadora. Anibal se la agarraba con alguno de ellos, me ponía de ejemplo deliberadamente y los restantes se reían dejando en evidencia la bronca del señalado. Siempre supe que esos comentarios eran una especie de burla cómplice con ellos. Se reían de mí.
           Luego de una década, tengo cayos en los dedos, una incipiente joroba por la mala postura, dolores en la cintura y sufro de tendinitis crónica en ambas muñecas. No salió todo como esperaba. Salvo esto.
          Era el domingo del clásico. Boca, en su primer ataque logra el gol. En ese momento identifiqué el síntoma de la desgracia. Aguantaron todo el partido los ataques de River. Dos pelotazos en los postes y uno en el travesaño. Todas las camisetas azules estaban defendiendo con uñas y dientes el uno a cero. Pero en el segundo tiempo llegó ese minuto fatal. Contra-ataque veloz, minuto cuarenta y siete. Dos a cero. Lapidario. Siento el silbato del referí como una aguja clavándose en mi cerebro. Mi vena en ese instante ya latía como un bombo. Tenía tanta rabia que ya me lo imaginaba. Yo, sentado frente a mi computadora, Anibal, con su ridículo sombrero de arlequín, bailando pesadamente detrás mío. Brazos extendidos y en movimiento. Sus dedos indice y medio de la mano izquierda señalando coreo-gráficamente los dos goles y con la derecha formando un circulo representando al cero. Su sonrisa de oso bobo que solo se modifica para cantarme sus cargadas. Sus torpes pies con la gracia de un elefante golpeteando el viejo piso de madera. Siempre que gana Boca, él, se pone denso como un agujero negro. Es así que me golpea la espalda con la cantidad de goles que nos hacen. Da un pasito para atrás, espera tres segundos y vuelve a empezar. Irritante.
          Ese lunes fui temprano, pero no marque mi llegada, me arrodille sobre el piso de madera y saque dos clavos gruesos que sostenían uno de los lados de dos listones detrás de mi box. Era una broma pesada. Seguro se torcería el tobillo y no podría venir por una semana. Luego la victoria de Boca se reemplazaría por otra noticia. Era perfecto. Ya me estaba riendo mientras marcaba mi tarjeta. Mi plan se cumplió a la perfección. Exceptuando que cuando dio un paso hacia atrás, su excesivo peso provocó un movimiento no calculado por mí y, ademas de torcerse el tobillo, cayo pesadamente por la baranda, desnucándose contra el escritorio del piso inferior. No salió como pensaba, pero no lo lamento.
          -"Lo lamento por su tendinitis" -me dice el oficial mientras me coloca unas frías y apretadas esposas. ¿Cómo puede ser que se haya enterado? -me pregunto. La única respuesta es que lo pensaba en voz alta. Miro al oficial y me confirma con un leve movimiento de cabeza. ¡Increíble! Iba a ser una broma perfecta. ¿Estupidez o ironía? Aunque si lo pienso bien, es lógico, un hincha de River traicionado por su boca.