Introduccion

Estimado lector:
En estas páginas encontrará algunos cuentos cortos y otros pequeños relatos. Espero que sean de su agrado.
DR.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Excursión

       Allí estaba.  Preguntándome que carajos hacía allí.  Abrazado a una rama de un árbol a cuatro metros de altura.  Con el “Sado”, el perro de la vieja Garrone, intentando atrapar mi pie colgante que, hacía de contrapeso, para mantener el equilibrio.  El “Sado” era un can de raza, de varias razas, y combinaba lo más salvaje de todas.  Su tamaño no era de destacar, aunque sus fuertes piernas, le permitirían competir en salto en alto, si tuviese algo de humano.  Para hablar de su grado de peligrosidad, solo tengo que decirles, que no ladra. Mientras tanto, mis amigos, como fieles admiradores, me alientan desde el otro lado de la ligustrina. Reitero: ¿Qué hago yo acá?
Había llovido hasta el mediodía, por eso estábamos jugando al ludo con mis tres amigos: Marcos, Juan y Rodrigo.  Marcos es mi mejor amigo, con él, coincidimos casi en todo. El gordo Juan, es el fuerte del grupo y, aunque nos lleva una cabeza, es bastante miedoso. Todos sabemos que el día que tome valor, no lo va a parar nadie. Rodrigo es flaquito y chiquito, pero muy ágil y valiente.  Habíamos terminado el juego, como es rutina, salí primero, Marcos segundo, Rodrigo tercero, y Juan, de mal humor, cuarto.  Se acercaba la hora de la merienda, mi madre se iba a comprar unas medialunas a la mejor panadería, cerca de la estación, sus medialunas con dulce de leche siempre son deliciosas.  Antes de cerrar la puerta, me advirtió que no saliéramos.  Tendría que haberle hecho caso.
Apenas cerró la puerta, todos nos miramos, pensamos en lo mismo. Con una voz segura pero suave dije: “Excursión”.  No entendieron y preguntaron al unísono: “¿Qué?”.  Levante mi puño derecho y con voz firme exclamé: “¡Excursión!”.  Todos levantaron el puño y armamos gran alboroto.  Sabíamos que esa palabra implicaba un misterio, una aventura fantástica, triunfos, y trofeos.
El patio de la casa del señor Garrone estaba detrás de una casa derruida, en completo estado de abandono. Una casa descuidada, habitada solo por su madre, una vieja loca que mas allá de hablar y gritar sola, nos podía atacar con su averiada escoba.  Se dice que el avaro usurero Garrone la dejó allí con su perro protector. El “Sado”, como se lo conocía, bien podría ser un guardián del averno.  Se rumoreaba que la anciana, practicaba la magia negra, y que había fantasmas prisioneros de la bruja.  Para aumentar el mito,  Garrone, solo aparecía en ocasiones especiales y siempre de noche.  El jardín, con sus yuyos de metro y medio, se convertía en un mundo inexplorado.  Miles de objetos misteriosos se encontraban bajo ese manto verde.  La misión comienza.  Todos debemos volver con algún nuevo trofeo de la expedición.
Corrimos la malla metálica que está sobre la ligustrina, y comenzamos a pasar uno a uno.  Por la responsabilidad correspondiente al líder, me tocaba encabezar la fila.  Íbamos caminando despacio, tratando de no hacer ruido y sabiendo que nos podríamos topar con el “Sado” aunque por lo general estaba atado a una larga cadena.  Con esa duda atravesé el vallado. Ya en la jungla, junto a mi palo de la suerte, me abría camino, marcando el sendero.  Me sentía un coronel al mando de su pelotón.  Mis soldados me seguían sigilosamente.  Sin ruido. Sin prisa. Buscando objetos que se transformen en botín.  Una vez conseguido el objeto, se obtiene el derecho de salir de la jungla, con honor.  Apenas entramos, Juan agarró una antigua y oxidada caja de saquitos de té y, no sin dudas, la aceptamos como trofeo.  Juan sonrió y salió corriendo.  Trepó la escalera apoyada sobre la ligustrina y nos saludaba desde el exterior.  A unos tres metros, Rodrigo encontró una piedra naranja, muy bonita por cierto, claramente fue aceptada como trofeo.  Rodrigo sonrió y se despidió con una venia.  En tres segundos lo perdimos de vista.  Por lo que oíamos, en el quinto segundo, ya estaba junto a Juan. Solo quedábamos Marcos y yo, rodeados de la inmensa selva.  Recorrimos  unos metros.  Marcos se tropieza con algo y cae.  En su mano, una estaca de madera, como las que se usan para matar vampiros. Trofeo indiscutible. Algún antiguo aventurero habrá intentado matar a la bruja sin éxito, nos susurramos.  Marcos quiere acompañarme. Pero le ordeno que se vaya. Deseándome suerte, obedece como un buen soldado.  Escucho las pisadas que se alejan.  Ahora estoy solo.  Buscando mi premio.  Tiene que ser especial. Miro al piso y veo una caja de cigarrillos aplastada. No vale como trofeo.  Doy unos pasos y veo algo brillante casi oculto por las hojas.  Puede ser una moneda antigua, o una tapa de alguna bebida gaseosa.  Me agacho para ver de cerca y descubro la forma de un eslabón. Lo agarro y me sorprendo al descubrir que está enganchado a otros eslabones más, formando una cadena.  La cadena tira fuertemente arrancando el eslabón de mi mano y se pierde entre el follaje.  Es una cadena de perro, el “Sado” debe estar viniendo.  Unos ruidos parecidos a los pasos y unas cadenas arrastrándose me indican que viene hacia mí.  Corro a toda velocidad.  Parece cabalgar pesadamente.  Siento la respiración canina detrás mío.  Llego a un claro.  En el claro un árbol.  En su tronco unas tablillas clavadas en forma de escalera. Trepo con la agilidad de un mono que teme ser devorado. Llego a la primera rama. Haciendo equilibrio para evitar que se quiebre.  El “Sado” salta arañando mis talones.  Veo a mis amigos alentándome detrás de la ligustrina. Y así recordé como había llegado a esta situación.  Y también recordé el final, cuando de pronto, mis amigos se callan. Escucharon, como yo, el crujir de la rama.  La mirada sádica del perro, diabólicamente inyectada en sangre, hacia honor a su nombre.  No tengo recuerdo del segundo en que se quebró la rama.  Todo se oscureció.
En el rastrillaje, encontraron mi cuerpo debajo de una rama.  Fractura de cuello.  Provocada por la caída desde el árbol durante un juego de niños. Esa fue la explicación de los forenses. Caso cerrado. Mi madre, se culpó por dejarnos solos. Nunca pudo superarlo.  Se mudo con mi abuela.  La pandilla se disolvió.  A pesar de lo que atestiguaron mis amigos, nunca encontraron a una anciana y menos a un perro salvaje dentro de los límites de la propiedad.  Una propiedad que desde hace veinte años figuraba como abandonada.  Yo sigo vagando por los pasillos de la casa, arrastrando la cadena de mi cuello y preso de la bruja Garrone.  Buscando un trofeo, para evitar esta eternidad. 

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